A aquella extraña dama...

Se cuela lo vivido entre mis dedos veinte años después de haber sido liberada por sus entrañas. Entonces la nostalgia me revuelve por dentro y se apodera de mí, tal cómo los vientos del sur. Quizá desde aquel día conservo algo suyo, quizás el liquido amniótico se reemplazó por su mirada mansa y su afán de querer protegerme. Tal vez es solo un lazo más, un primer escalón en la socialización de las personas, pero aún sigo sintiendo en mis hombros su calor, quiero dejar de ser una niña, pero aún mis oídos reclaman un: “No vuelvas tarde, y cuídate”. Entonces me doy cuenta que ya no soy aquella niña a la que mi madre peinaba, aquella feliz y traviesa cuya transparencia innata embebía los jardines, y quisiera congelar el tiempo para no empañar mis ojos de nostalgia cada año, quisiera dejar de extrañar a la niña que juega en el patio. Pero me es inevitable ver correr el tiempo mientras los niños se hacen hombres y los hombres, ancianos.
Algunos días mis ojos se llenan de tristeza, y mis abrazos anhelan abrazar a alguien, (en preferencia humano) pero esta vez correré a sus brazos, aunque ya sea tarde, correré mientras gritan mis mejillas que me avergüenzo de decirlo pero no de quererla…