Los vientos del sur no lograron empujarme al abismo superficial y vació, que escaso de paracaídas morales y éticos, intentaba absorberme.
Quedaron atrás mis prejuicios, después de conocer concepciones distintas sobre la “felicidad”.
Las estupideces, han dejado de saturar mis oídos hasta el cansancio.
La culpa, dejó de perseguirme cuando le grité de frente; que los arrepentimientos eran inútiles.
Solitarias mis manos, que nada se parecen a las palomas del tejado en la mañana, intentaron, desesperadamente, borrar lo qué escribió mi codo.

Una sensación extraña me recorre el cuerpo, y una vez más me siento la muchacha de ojos de papel, de Almendra, soñando sueños despacito entre tus manos. “No quiero correr más, mi tiempo es hoy”. Pero inmediatamente me doy cuenta que mi presente ya es pasado, y mi futuro vendrá, con qué se yo qué cosas.
Los cambios me aturden aun más que las estupideces.
Las grandes modificaciones de la vida implican crisis (dijo un amigo), qué traen consigo melancolía.
Y entre tanto frenetismo y regocijo, mis ojos logran ocultar que extrañare la ciudad y mis amigos, la peatonal y el cole. Qué una nueva etapa comienza, en la gran Buenos Aires, en la ciudad de la furia, la capital promiscua de géneros y dialectos.
Frágil, con mi corazón de tiza y mi voz de gorrión, solo dejaré que el viento me acompañe, así cómo al azar escribiré mi destino…
Y finalmente; mi sonrisa en el espejo, mis pies sobre el asfalto, lista para otro año de treguas y glorias.